Aprender idiomas es fácil. Punto. Creer lo contrario es una actitud que hemos visto en muchísima gente, y una certeza de la que hemos despojado a cualquiera que ha confiado en nosotros. De hecho, entendemos perfectamente por qué se puede llegar a creer que aprender una nueva lengua debe ser un proceso arduo y pesado. Por eso, siempre que topamos con una persona convencida de que tiene una especie de maldición que le impide conocer y dominar nuevos lenguajes, le decimos que se lo tome con calma, take it easy.
Bueno, es una forma figurada de hablar. Pero la idea subyacente no es, para nada, una metáfora. Resulta que creer que un aprendizaje es una montaña escarpada es una percepción natural (entre otras cosas, es la medida de nuestro cerebro para evitar salirnos de nuestra zona de confort). Pero si a esa sensación le añadimos que muchos métodos del sistema educativo tradicional nos obligaban a repeticiones, a ejercicios monótonos donde acertar era todo y errar ligeramente era nada, o listenings a los que arrojar a los alumnos para que se sintieran perdidos, entonces la sensación se enlaza con otras experiencias.
¿Aprender idiomas es una tarea que requiere tiempo? Absolutamente ¿Puede ser intimidante? Puedes darlo por descontado ¿Y tendré que pasar un poco de vergüenza cuando cometa errores? Por supuesto. Entonces, todo esto significa que aprender idiomas es pesado y difícil, ¿no? No necesariamente.
La clave
Quizá sonamos a discurso motivacional, pero lo cierto es que aquello que marca la diferencia entre lo difícil o sencillo que será aprender un idioma es tu actitud. Esto no significa que no tengas razones para pensar que será difícil, sino que tienes que encontrar las formas para hacerlo sencillo (¿ves? ¡Ya te advertimos que sonaríamos a discurso motivacional!)
La dificultad objetiva no radica tanto en el lenguaje como en el método de estudio y los materiales. Si encima nos saboteamos, entonces cualquier cosa es muy difícil de aprender, desde idiomas a ingenierías.
La solución: Take it easy
Es hora de cambiar tu forma de pensar. No se trata de si aprender un idioma es difícil, sino de qué cosas sencillas están en tu mano. En cierta manera, es una versión de aquello de hacer problemas pequeños y manejables de un problema grande y descontrolado. En realidad, esto no es algo que debieras hacer por aprender un idioma, sino que puedes aplicar a muchas otras áreas de tu vida.
Pero volvamos a los idiomas. Lo más básico es comprender que tu prioridad, siempre que algo se te haga cuesta arriba, es descubrir con qué aprendes mejor. ¿Es el vocabulario tu fuerte? Quizá te valgan los juegos de memoria basados en cartas. ¿Te gusta el entorno multimedia? Las series y películas en VOSE pueden ser tu opción. ¿Eres una persona de oídas? La música y los programas de radio o podcast pueden serte útiles.
Empieza por ahí. Si atiendes a un curso, consulta con tus profesores recursos específicos a tu idioma. Si no, tienes Internet entero para encontrar un material con el que te sientas a gusto. En cuanto encuentres un método de aprendizaje que te estimule, con un material que sea realmente útil y beneficioso para ti, irás desmontando obstáculos más y más rápido y encontrando nuevas maneras que te faciliten aprender idiomas.
Pero como todo eso es un proceso que puede ser largo (y deberás recordar esto cada vez que quieras aprender algo), lo mejor es que te relajes, que disfrutes curioseando y aprendiendo según el ritmo que encuentres y que goces cada palabra nueva. O sea, que te lo tomes con calma; take it easy.